Próxima estación, Pozuelo

Esto de esperar a que llegue octubre no es tan fácil. Octubre es la primera meta de mi reto que, recordemos, consiste en cambiar una vida entre ordenadores, puestos de edición, maquetas, ferros y todo lo que rodea a la profesión periodística, por la vorágine ahumada, sazonada, dulce, agria y, en mi imaginación, deliciosa de la vida cocinera. Octubre marca la fecha de inicio de los cursos en la Escuela de Hostelería, donde todavía ni siquiera sé si acabaré estudiando, habida cuenta de la enorme cantidad de solicitudes de ingreso que se producen cada año.

Decía que la espera no resulta fácil. Por lo menos, a las alturas de abril a las que estamos. Uno, dos, tres, cuatro, cinco y seis meses por delante. Ciento ochenta días, día arriba, día abajo, de arrancarle hojas a los calendarios, haciendo experimentos y probaturas en la cocina de casa, jugando a ser cocinero antes que fraile. El de hoy no ha sido el mejor de los ensayos, la verdad; un arroz vegetariano con muy buena pinta, pero con menos sustancia que el menú contra la diarrea de un Hare Krishna. Prometo firmemente aplicarme con la elaboración previa de los caldos de verduras. De verdad.

Por eso, porque hay que ir cocinando los meses que quedan, la semana que viene empezaré un mini curso en Pozuelo de cocina con sifón, gracias a la filantrópica labor de M.C., que se ha pegado el madrugón para inscribirme antes de que se acabaran las codiciadas catorce plazas disponibles. Espumas, souffles, cremas y cosas modernas para ir ganándole tiempo a octubre. De eso se trata, ¿no?